Carne de cañón: Nadies No futuro
Carne de cañón: Nadies No futuro
Hay un país no tan lejano, donde los niños nacen con la pólvora en la leche, y la ausencia en el pan, donde el primer juguete es una piedra, el primer juego Policías y Ladrones, y el primer cuento, una balacera.
Un país donde el Estado no llega, o llega tarde, o llega armado.
Un país que fabrica sicarios más rápido que lectores, más cárceles que escuelas, más tumbas que diplomas.
El chico de quince años que disparó no nació asesino. Nació en la cuna de los nadies, donde los nombres se borran antes de aprender a escribirlos.
Nació con hambre
—no solo de pan, sino de sentido—
y encontró en el gatillo una forma de gritar.
Nadie jaló por él.
Nadie se arrodilló a preguntarle qué soñaba. Y si alguna vez soñó con ser bombero, músico o veterinario, la realidad lo despertó a golpes:
el fogón vacío, el barrio sitiado, el silencio cómplice de una nación que lo miró de lejos y luego lo señaló de cerca.
Mientras al político lo cubre un chaleco y un titular, al niño lo cubre el polvo de la calle.
Mientras al político lo llora la patria, al niño lo olvidan sus vecinos.
Pero ambos sangran.
Y a veces, por el mismo disparo.
El verdadero atentado no ocurrió en esa esquina, bajo ese árbol, sino mucho antes, cuando se recortó el presupuesto de educación, cuando se privatizó la esperanza, cuando se blindaron los privilegios y se expuso la infancia.
Porque no hay bala más certera que la del abandono.
No hay crimen más hondo que dejar a un niño sin horizonte
y luego culparlo por buscar uno a la fuerza.
Estos chicos
—nuestros chicos—
no nacen delincuentes
los hacemos.
A diario.
Con cada desayuno que no llega,
con cada profe ausente,
con cada parque en ruinas y cada biblioteca cerrada.
Los moldeamos como el barro en el que crecieron, con miedo, con rabia, hasta que se endurecen en la forma de un verdugo.
Pero no es su alma la que está podrida. Es la nuestra.
Hasta que el país entienda que la infancia es más que una efeméride, que un chico armado no es solo un "peligro", sino un espejo de lo que no hicimos, seguirá estallando la misma bomba: la que arranca sueños y siembra cadáveres de futuros.
Mientras no cambiemos este destino sin horizonte, todos y todas, seguiremos como los fanáticos de un lado o del otro, siendo cómplices del reclutamiento de menores para la desgracia.
Y ahí no habrá paz posible, porque sin infancia no hay mañana.
Solo el eco de un disparo repetido
y el llanto sin nombre
de otro niño que ya está muerto
aunque respire.
Keshava Lìévano
Comentarios
Publicar un comentario